
Predicabas estar atados a nuestro presente, fruto de nuestro pasado; no ser capaces de asumir que, en verdad, estamos de paso y nuestra única posesión es nuestra propia vida y su tiempo.
Tenías claro que el resto desaparecería, terminaría por extinguirse cuando ya no estuviéramos.
Relatabas que fueron necesarios años para comprender que tu meta era el camino, que hacía tiempo que habías llegado y vencido.
Recuerdo aquellas paredes verdes bloqueando mi capacidad de razonar. Su mirada cansada regalaba normalidad a la vez que su palabra se clavaba en nuestros corazones. Su experiencia, envuelta en aquella bata blanca, nos trataba como uno más, mientras nos comunicaba que, en unos meses, tú y yo seríamos uno menos.
No quise perderte. Me sentiría incompleto sin el olor de tu piel, sin su calor atravesando mi pecho mientras duermes, sin tus abrazos, sin tu recuerdo. Ser tu complemento es el motivo de mi existencia.
Me opuse a que esa neoplasia acabase con todo. Juré que si tus ojos dejaban de alumbrar, tu recuerdo, tus besos, tu olor, tu calor y tu abrazo seguirían aquí, junto a mí. Dentro de mí.
Recuerdo cuando perdiste el móvil. Te asustaste por no tener tus contactos, tus correos y sobre todo nuestras fotos.
Me planteaste tener una copia de todo eso en una nube, aunque más tarde apareció y lo olvidaste.
Pues lo hice, pero en una de verdad.
Tomé todas nuestras fotos, nuestros atardeceres, los paseos por la playa, los besos, las risas y abrazos y los lancé al cielo. Dejé que se mezclaran con las nubes, que ascendieran atravesando los cristales de hielo que sobrevuelan nuestras cabezas.
Intenté que “el que genera vida” me escuchara, pero no tuvo tiempo de comprenderme, así que me dirigí a los vientos y las tormentas que me guiaron hasta las estrellas. Viajé por el universo en busca de custodia para nuestro tesoro a lomos de un cometa.
Finalmente convencí a quien realmente gobierna en las alturas. Ella entendió que era de vital importancia conservar ese sentimiento. Conseguí que me permitiera atesorar en su reino lo más importante: nuestro amor.
“La que ilumina” solo tuvo que observar nuestros ojos cerrados en cada beso. Se dejó deslumbrar por tu sonrisa al despertar y noté como se encogía al sentir esas caricias que terminaban con el mayor de nuestros conflictos. Solo necesitó sentir una milésima parte de lo que compone nuestro enlace, para decidir almacenar eternamente esa sensación.
Sentenció esconderlo en cada gota de agua del mar, en cada átomo de ese reino que hace subir y bajar con la cadencia que le apetece, para que nuestra esencia llegase a cada rincón de este errante planeta.
No lo ví claro. Es cierto que nuestra felicidad inundaría los océanos, pero los habitantes de las selvas y las estepas no podrían conocerla.
Estaba equivocado. Había obviado que así tus abrazos se evaporarían junto a mi mirada, sobrevolando los continentes. La luna me aseguró que obligará a las nubes, una y otra vez, a llorar nuestra verdadera sensación de libertad sobre cada ser de este planeta. Y así lo creí.
¿De verdad piensas que cuando tu cuerpo se fue, no quedó nada en mí?
Muchos no saben interpretarlo, no son capaces de verse reconfortados con la lluvia.
Cada una de esas gotas es mi razón para seguir.
Que bonito, mi más sincera enhorabuena,👏👏👏
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