
Su larga y oscura melena recogida y su bikini negro resaltan sobre el tono de su piel. Sentada a su lado, en la orilla de la playa, parece estar enamorada.
Sus brazos suavemente entrelazados sobre sus piernas, adoptan una postura amable, cercana, que acompañada de su sonrisa tímida, alimentan la sensación de una falsa inocencia, seguramente fruto de ese amor.
Desliza su mirada arriba y abajo, observando la silueta de su pareja, jugando con sus párpados, puede que reclamando su atención, mientras sonríe.
Sus hermosos labios ligeramente humedecidos solicitan ser besados, a la vez que hablan de cualquier cosa que seguramente él tampoco escuchará. No les importa la conversación, solo el momento.
En silencio, los ojos de su pareja se centran en perseguir el dibujo de sus pies sobre la arena de la playa. Esa mirada parece sonreír, reflejando los brillos de la naturaleza que les rodea, fruto del mismo amor.
Ninguno de los dos necesita nada más, solo esperar frente al mar la llegada del atardecer, del momento en el que el cielo va cambiando de color, de azul a amarillo, después a naranja y rojo, para finalmente oscurecerse.
El suave ruido de las pequeñas olas les acompaña, les arropa ayudándoles a aislarse del mundo.
De la manera más natural, ella retira suavemente una gota de agua que desafía a la gravedad, situada sobre la ceja izquierda de Martin. La dulzura y el ocaso iluminan sus rostros.
El sol continúa lentamente su descenso, acariciando con sus rayos el agua templada del golfo de Nápoles. Los dorados reflejos que provoca al esconderse tras el mar, se alargan desde el infinito hasta la más pequeña de las crestas que rompen frente a Claudia.
Poco a poco el tono rojo se apodera de sus caras, dando paso al final de ese día.
Ellos entrelazan sus manos, llenándose de ese instante. Sin nada más,…,o seguramente con todo.
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