
Quería decirle buenas noches al compañero de mis sueños.
Al amante definitivo.
Al señor de mis desvelos.
Al que nutre mi alma y rompe en dos mis emociones para sacar de mí, lo que sólo él reconoce como irresistible.
Al paciente devorador de mis penas que cada día transforma en miradas y sonrisas.
Al esposo. A ese amigo verdadero.
Décadas de agotadora búsqueda empujaban mi futuro hacia una nada envuelta en flores de papel.
El guiño de Altarf a Spica de aquella mañana enfrentó nuestros pies, obligando a nuestras miradas a encontrarse por primera vez.
Ese tacto, aquel olor, su calor.
El verdadero significado del abrazo entre dos seres se descubrió en mi interior, anclándose para siempre, drogando mi corazón.
¿Quieres que te tueste el pan?
Me gustaba lavar tu cuerpo cansado al volver a casa.
Sentarnos a hablar, sin prisa, sin distracciones, sin banalidades.
Escuchar tus historias, tus ilusiones, era mi único plan.
Miradas completas que evitaban hablar de problemas.
¿Un mango de postre?
¿Un abrazo? siempre.
Las agujas del reloj de mi cocina suenan implacables. Simulan una fragilidad irreal. Realmente noto que me gobiernan. Cada uno de sus tic tac retumba en mi cabeza, haciéndome saber que ese segundo nunca volverá, empujándome a mi particular extinción. Suenan dentro, desde lo más profundo, juzgándome cada día, mostrándome el camino hacia mi final.
Te encontré demasiado tarde. Los días a tu lado, llenos de planes dorados, se desvanecieron rápidamente, se escurrieron entre mis dedos como el agua.
Ni siquiera alcancé a darme cuenta de que nuestros cuerpos no se correspondían con la pasión de nuestro amor. Creamos un universo propio, más allá de los dolores de nuestros cansados huesos, lejos de las arrugas que cubrían nuestras caras y más allá aún de lo que pensaran los que nos rodeaban. Se nos olvidó que no es prudente la locura si las velas de tu cumpleaños no caben dentro del pastel.
Ahora no estás. Queda tu memoria en cada átomo de mi piel.
Mi cara, mis dedos, incluso las puntas de mis uñas pueden recordar la suave presión de tus manos al rozarme.
Mi mente rememora tu olor, tu voz. Aun cansada, se vuelve capaz de colocar tu esencia en el centro de mi atención.
Te amaré hasta mi último pensamiento, lo sé. Nunca te soltaré.
Te enseñé que eras el amor de mi vida

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